12/5/07

Mr. ELEGANTE

Un relato de Chuck Palahniuk
Traducido por Shysh (c) 2007

(Aviso a navegantes: éste es un post muuuuy largo. Así que prepárate un café o algo así y disfruta con una historia de mi escritor preferido).

No preguntes cómo lo sé, pero la próxima vez que pienses que estás gordo, piensa que hay muchas y peores maneras de estar.

Imagínate esto, cuando estás en el gimnasio contando dobladas estomacales o elevando las rodillas para reafirmar tus músculos abdominales, que sepas que hay gente a la que le crece un ser entero de esa parte de su cuerpo. Esa área carnosa y risueña debajo de la parte baja de tu caja de costillas, allí donde lo que para ti es sólo un “agarradero amoroso”, esa otra gente tiene piernas y brazos, la mayor parte de otra persona colgando bajo su cinturón.

Los médicos lo llaman un “parásito epigástrico”.

Algunos trabajadores sociales llaman a esa persona extra un “heteradelphiano”, una palabra chula para decir “hermano diferente”. Se refieren a alguien que debería haber sido tu hermano o hermana, lo que pasa es que nació con su cabeza dentro de tu estómago. Esa persona extra nació sin cerebro. Sin corazón. Es tan sólo un parásito, y tú eres el huésped.

No te lo podrías inventar.
Y, por favor, escucha. Si te estoy contando esto y resulta que tienes otra persona creciéndote por debajo de tu brazo en estos momentos, por favor no te pongas nervioso. La única razón por la que te estoy contando esto es porque yo como que tuve uno de esos, también.

Y créeme, mucho peor que esas subcutáneas grasillas temblorosas es que te salga del cuerpo un extraño sin corazón y sin cerebro. Algunas veces esto ocurre incluso años y años después de que hayas nacido.

No me preguntes tampoco cómo sé esto, pero después de haber hecho un millón de dobladas estomacales, cuando te inscribes para ser uno de esos sexy bailarines al estilo Chippendales -- sólo para que te contraten como exótico bailarín desnudo aficionado—te preguntan “¿…sufre usted episodios epilépticos”?

La pregunta aparece en el formulario que te dan en la consulta del médico para el examen físico justo después de tu audición. La enfermera te alarga una tablilla llena de cuestionarios y un bolígrafo y un bote que quiere que llenes con tu pis. Y la compañía de baile ni siquiera es la auténtica Chippendales, pero a cualquier tipo acabado que haya estado en ella y le preguntes en qué compañía estuvo, para ahorrarse explicaciones te dirá que en Chippendales.

Todos reconocemos esos puños blancos de papel con copyright y la pajarita negra.

En verdad, mi audición fue para los Savage Knights. O sea, “Knights” con K mayúscula. Los Savage Knights son una compañía masculina ambulante de baile exótico levantador-de-morales para audiencias femeninas tipo Chippendales. La oficina central puso en los periódicos un anuncio de audiciones. En la sección de deportes, arriba, su anuncio decía: “Vive tu Fantasía”.

En el salón de banquetes del Holiday Inn del aeropuerto, aquel domingo por la tarde, la sonrisa que había en mi cara era una mentira. Mi bronceado era una mentira. Y también lo era mi pelo rubio. En el contrato de trabajo, cuando escribí 74 kilos, era mentira. Bajo color de ojos, puse el color de mis lentes de contacto. Durante la entrevista oral, dije que quería ser un Savage Knight porque me gustaba mucho viajar a sitios interesantes y conocer gente nueva.

La verdad era que yo quería un trabajo en el cual cada noche, cientos de vírgenes borrachas me introdujeran billetes con los dientes en mis calzoncillos.

Respecto a mi edad, mentí por tres años y escribí 24.

Todos y cada uno de mis dientes enfundados, eran una brillante y blanca mentira.

Me deshice de mi vello púbico castaño, y la agente de los Savage Knights dijo que tenían un estreno para otro Mister Elegante. En cualquier momento, me dijo, 16 compañías de Savage Knights estarían cruzando el mundo,haciendo frente a la necesidad de strippers masculinos de cientos de millones en todo el globo. Cada troupe incluye un bombero, un policía, un soldado, un obrero de la construcción con casco amarillo. Como un Día de las Profesiones del instituto, pero ambulante. Además está Mister Elegante, que hace su entrada vistiendo una chaquetilla corta y nada formal y regala rosas a todas las mujeres de las mesas cercanas al escenario. Terso y cosmopolita. Un James Bond guay.
Troupe 11, su último Mr. Elegante se volvió asustadizo y achicó aguas después que una chica de Fairbanks que celebraba su aniversario le diera un tirón en un testículo torsionado.

Fue entonces cuando mi parásito empezó a salir.

En aquel salón de baile del Holiday Inn, tenía un aspecto que nunca antes había visto en el espejo de mi cuarto de baño. Bronceado y cubierto de aceite para niños. Rubio y sonriente.

Y la agente apretó mi mano pringosa, diciendo: “Bueno” dijo ella” A partir de ahora serás Mister Elegante…”

La emergencia de mi nuevo hermano, sin cerebro y sin corazón.

La vida no es sino una pendiente resbaladiza.

Para la parte bailada de la audición, la canción “Bodyrock” del artista Moby te da los mejores 3:36 de seducción. Di que tengo un gusto algo retro, pero empiezas con una canción que le gusta a la gente y medio has ganado la partida. La retirada hacia el final, cuando la pieza pasa a ser sólo cantada, eso te ofrece una marco perfecto para ofrecer algo de trabajo de especialista. En ese marco, yo estabilizaba un giro en seco, me abría de piernas en el suelo y recuperaba con un golpe atrás de cabeza. Después de todo el bronceado y rasurado y las sonrisas, la agente de Savage Knights me dio una hoja de papel con indicaciones para una clínica. La enfermera me dio un tarro para orina. Y los formularios preguntaban:

“¿Tiene usted historial de ataques epilépticos?”

Después de toda aquella mierda, fue fácil encontrar la casilla del NO.

Para más seguridad me tomé mi Clonazepam.

Si habéis visto el video que colgaron en Internet, del tipo musculoso desplomándose como un pez, rodeado de mujeres que sostenían cocktails Rum Hurricanes y Blue Hawaiis, con sus huevos rosados saliendo del lateral de su tanga negro y golpeando en el centro de un charco de su propia orina, entonces sabéis en qué tipo de error se convirtió esa última mentira.

Todo el mundo en todo el mundo ha visto ese video.

Ahora, esos bastardillos adolescentes incluso hacen un baile que llaman Mr. Elegante, en el que se ponen en medio del círculo con los pies plantados y se retuercen como espásticos hiperactivos a los que estuvieran electrocutando. Pequeños cabezamierdas.

La gente se cree que es muy fácil ser un bailarín exótico y enérgico tipo Chippendales. Los hombres, se imaginan que tu principal problema es que no te crezca la chorra.

Algunas preguntas más del mismo cuestionario médico. Te preguntaban “¿Sufre de incontinencia relacionada con el stress?”

Y, “¿Ha tenido alguna vez un episodio de narcolepsia?”

Con sólo esas preguntas ya tenía que haber visto hacia dónde iba todo aquello. Los abogados no se sacan esas preguntas del sombrero. Cualquier gran compañía de baile, desde el Ballet Bolshoi hasta los Chippendales ha planificado hasta la más hipotética situación desastrosa. Quizás justo en medio del Lago de los Cisnes, uno de los cisnes
toca suelo en el centro del escenario, sus ojos vueltos mostrando tan sólo el blanco, la baba cayéndole del pico largo y amarillo. Sudando. Meándose en sus adorables plumas blancas.

En el folleto de entrenamiento de Savage Knights, te enseñan a observar en el público por si ves a alguien con una libreta y un bolígrafo tomando notas. Es algún negocio llamado ASCAP – abreviación de Sociedad Americana de Compositores y Algomás-Algomás— y si te pillan bailando una canción sin pagar los derechos, te llevan a juicio a ti y a Savage Knights. Además de ellos, cada estado envía espías de la comisión de licores para multarte si te cogen tocando a un cliente de manera inapropiada. Hasta usar puños blancos de papel y una pajarita negra te puede llevar a recibir una orden judicial de desistimiento de los auténticos Chippendales por infringir el copyright.

Y no me preguntes sobre control del vello corporal.

De verdad que lo peor de este trabajo es tener que pagarle a la gente un nuevo Tequila Sunrise si por desgracia se te cae un vello púbico. Un simple golpe maestro de caderas te puede obligar a pagar una ronda de daikiris de plátano a las dos primeras filas.

Vive tu fantasía. De nuevo te lo digo, no podrías imaginártelo.

Tener a una borracha desconocida metiendo dinero en tus calzoncillos con sus dientes, es bastante más duro de lo que parece. Lo mismo que quedarse en los 24 años.
En el mismo momento en que meneas tu paquete frente a la cara de una soltera borracha de Long Island Ice Teas puedes oler cómo tu pelusa púbica se está rizando por el calor de su cigarrillo encendido. La novia de la despedida te está metiendo un billete de dólar por el culo con su lengua y su madre está grabándolo en video. Así es como se comportan las vírgenes borrachas. Los policías y bomberos— quiero decir los de verdad – se quejan de stress laboral. No saben lo que es el verdadero stress. Algunos bailarines con los que trabajé, metían el paquete en agua salada tal y como hacen los boxeadores con su cara para endurecerla antes de un gran combate. Cada momento de tu tiempo libre lo pasas endureciendo tus cojones y manteniendo el depilado.


La única otra cosa importante del entrenamiento es aprender a controlar el tiempo por la duración de las canciones.

“I’m afraid of Americans” de David Bowie te ofrece cinco minutos exactos de potentes y confusos acordes.

“One on One” de Keith Sweat es una lenta y pesada canción (5:01) perfecta para hacer coreografía de elefante. Con esto me refiero a cualquier bailarín tan cachas que todos sus movimientos son como poses de competición. Paso, flexión, paso. El Bíceps doble. El Cangrejo.

La manera de evitar una erección es que estás contando todo el rato para anticiparte al final de cada canción. Me dices un título y yo te digo el tiempo que dura – y no sólo el tiempo que sale en la carátula, sino también el tiempo real que marca el contador de la cabina. Un buen bailarín sabe que la remezcla de Digweed del “Slave to Love” de Bryan Ferry dura cuatro minutos y 31 segundos según la portada, pero en realidad son 24 segundos. Así que un bailarín perezoso puede encontrarse metido hasta la cintura en un grupo de mujeres borrachas cuando la canción ya ha acabado.

Agitar tu carcasa al ritmo palpitante de “Mo Move” de Underworld—un ritmo de bajo cardíaco y despiadado durante seis minutos y 52 segundos— es artístico. Pero si no consigues estar fuera del escenario cuando para la música, aunque sea durante un solo segundo de silencio, meneando tus partes afeitadas para señoras desconocidas—eso es acoso.

Nuevamente, una rampa resbaladiza. Y no me preguntéis cómo lo sé.

Silencio. Silencio y luces de cierre que se encienden, brillantes, eso es algo así como Cenicienta convirtiéndose en un sonriente, desnudo, grasiento y sudoroso tipo con su pene demasiado cerca de tu cara y tu White Russian aguado de 10 dólares.

Tal y como señalan en el folleto de entrenamiento de Savage Knights, Mr. Elegante hace su entrada repartiendo rosas entre las mesas cercanas al escenario. Baila la Club Mix de Joey Negro del “Fascinated” de Raven Maize. Una canción machacona de tres minutos y 42 segundos. Luego se va hacia el frontal del escenario y baila una canción disco más corta para recoger billetes doblados. Se trabaja el frente del escenario y el suelo, moviéndose encima de los regazos y recogiendo propinas, y desaparece del escenario justo un momento antes de que empiece la canción machacona del Oficial de Policía.




La noche siguiente en Spokane, lo mismo. Luego en Wenatchee. Pendleton. Boise.

Un trabajo tan simple que incluso un parásito sin corazón ni cerebro podría hacerlo.

A Mr. Elegante le encantaban las propinas y los números de teléfono. Números de teléfono escritos en billetes de dólar. Números de teléfono sobre trozos de servilleta de papel, enrollados bajo las tiras laterales de su tanga negro.

Así todo el camino hasta Salt Lake City.
No me preguntes cómo lo sé pero hay gente con la enfermedad de Milroy, a los que los nódulos linfáticos nunca se les desarrollan y acaban con unos pies del tamaño de maletas y unas piernas como troncos. O ciclopia, que es cuando naces sin nariz y con los dos ojos en la misma cuenca.

Este Mr. Elegante tenía unos pezones que parecían demasiado pequeños y de un rosado tan pálido como para hacer que se hincharan y se pusieran grandes y rojos, así que aprendió a pintárselos con algo llamado Labios Rotundos. Viene en una botella con un pequeño pincel, como el esmalte de uñas, y cuando lo usas sobre tus pezones y sobre la cabeza de tu pene, se hinchan, enormes.

Mr Elegante se dibujaba rayas con máscara de pestañas bajo los músculos de la tabla de lavar de sus abdominales, difuminando luego con un pañuelo de papel para que su estómago no pareciera una rayuela.

Si se quitara una de las lentillas azules y se mirara en el espejo empañado por vapor de un baño de hotel, sí, aún podría pasar por alguien de 24. Pero entre Billings y Great Falls y Ashland y Bellingham, entre el Bombero repartiendo ladillas para todos y el Soldado de la Marina estornudando, Mr. Elegante se comenzaba a sentir agotado.

En Salt Lake City, sus huevos ya arrastraban.





Mr. Elegante entró pavoneándose con su puñado de rosas rojas. Aún llevando su chaquetilla disidente, repartió las rosas, luego empezó con los botones de su camisa tableada. La única cosa que diferencia a Salt Lake City de Carson City o Reno o Sacramento, es que después de quitarse la chaqueta, tras comenzar a contar en su segunda canción, sonriente y manteniendo su vello púbico fuera del alcance de las bebidas de la gente, viendo como los billetes de dólar salían de los monederos y de los libros de bolsillo, las vírgenes escribiendo sus números de teléfono en viejos recibos de cajero automático, antes de su caída con las piernas abiertas y antes de su balanceo hacia atrás en perfecta figura gimnástica, un honda inspiración antes de su voltereta y su mortal completo a medio aire, a dos minutos y 36 segundos de la versión de N-Trance del “Staying Alive”—(4:02)—las caras y las bebidas y los billetes de dólar empezaron a volverse borrosos. Mr. Elegante subió ambos elásticos del tanga por sus caderas, dejándolos altos y estirados para la voltereta, se agachó, saltó – y eso es todo lo que puedo recordar.

En el caso de que no te hubieras dado cuenta, la música paró y ahí me tienes todavía agitando mi polla en tu cara.

Como si en todo este tiempo no hubiera aprendido nada.

Qué tarado.
Desde que puedo recordar, siempre padecí Síndrome de Mirada Simple, una forma de epilepsia lóbulo-temporal. Mi madre o mi padre podían estar hablándome y yo me quedaba paralizado. Mi visión se tornaba borrosa y mis músculos se paraban. Podía oír a mi madre hablar, diciéndome que pusiera atención, quizás chasqueando sus dedos frente a mi cara, y yo no podía hablar ni moverme. Respirar durante medio minuto es lo único que podía hacer, lo cual parece una eternidad.

Me ingresaron para hacerme una resonancia magnética y electro cardiogramas. No podía ir en bicicleta más que por calles desiertas. Trepaba a los árboles y mi vista se volvía borrosa. Me despertaba en el suelo con mis amigos preguntándome si me encontraba bien. En una representación de teatro en la escuela, el niño Jesús, María, José, seis pastores, tres camellos, un ángel y dos reyes se esperaron lo que pareció un año mientras yo permanecía congelado sosteniendo un presente de incienso, la señorita Rogers desde las bambalinas, susurrando “ Bendíceme, te he traído esta humilde ofrenda… te traigo esto!”

Pero tras diez años de Clonazepam, ya casi lo tenía superado.

Si tomar mi medicamento era un problema, se acabó en Carson City. Estar cansado lo agrava. Beber y fumar cigarrillos, la fatiga, los volúmenes altos, todos ellos factores de riesgo.

En Salt Lake City, llegué a un punto al que llaman ataque tónico-clónico, lo que la gente antes llamaba un ataque de gran mal. Me desperté en la parte de atrás de una ambulancia, justo a tiempo de ver cómo uno de los sanitarios metía un fajo de billetes chorreantes de pis en su cartera, al tiempo que decía; “Mr. Elegante…” y meneaba la cabeza. Una manta sujeta con cinturones me mantenía estirado, y podía oler a mierda. Le pregunté al sanitario, ”¿Qué ha pasado?” y él se metió la cartera en el bolsillo trasero diciendo, “ Colega, no lo quieras saber…”

Para cuando me soltaron del hospital, la Troupe 11 ya estaba en Provo con un nuevo Mr. Elegante enviado directamente al local de la actuación. El Motel 6 donde nos alojábamos la noche anterior, guardaba mi maleta.

Una asistente social vino, se sentó junto a mi cama en el hospital y me dijo que la mente humana no es sino un ciclo constante de actividad eléctrica. Dijo que un ataque era como un estallido de estática, una tormenta dentro de tu cabeza.

Yo le dije, “Cuénteme algo que no sepa, señora.”

Y me explicó cosas sobre la phocomelia, una condición en la que naces con las manos saliendo directamente de tus hombros. Sin brazos. El término antiguo para este defecto de nacimiento era “brazos de foca”. Se le relacionaba con el tranquilizante Thalidomida, pero existía mucho antes de eso.

Me contó sobre la sirenomelia, cuando naces con las piernas fusionadas, lo más parecido a una cola de pez. De ahí el nombre: Sirenomelia, y probablemente la idea primigenia de sirena.



Esa asistente social me dijo que se llamaba Clovis, y que ella también había sido bailarina, una bailarina exótica, que intentó esconder que sufría narcolepsia. Decía que tenía el pelo largo y rubio, además de ojos azules, piernas largas y suaves y ninguna marca de bronceado. Sentada junto a mi cama, su pelo era castaño y rizado. Sus ojos eran marrones y los muslos de su traje pantalón blanco parecían demasiado apretados como para permitirle cruzar las piernas.
Mientras bailó, mantuvo su condición bajo control con Provigil hasta que se le acabó y empezó a saltarse las dosis, cortando las pastillas por la mitad, una manera normal de hacer falsas economías. Una noche, siendo cabeza de cartel en un bar de motoristas de Rufus, Nuevo Mexico, Clovis hizo su entrada triunfal, agarró la barra de metal bien arriba y giró con fuerza centrífuga, sus cabellos rubios meciéndose, su bronceado cuerpo girando hacia abajo, en dirección al escenario.

Mientras decía esto, sus ojos marrones se humedecieron.

Clovis no puede recordar ni siquiera si logró resbalar hasta la base de la barra. Se despertó entre bambalinas preñada por algo así como 32 clientes. Algunos dos veces.

Yo le pregunto, “¿Qué canción?”.

Y con los ojos húmedos, Clovis dice, “Portishead cantando ‘Sour Times’.”

Estuve de acuerdo. La dulce y oscura voz de Beth Gibbons. Cuatro minutos y 11 segundos.

“Cuatro minutos y ocho segundos” dice Clovis. Levantando una ceja en mi dirección, dice; “Asegúrate siempre del tiempo en la mesa de sonido. No confíes nunca en las notas de portada.”

Yo le pregunto, “¿Cual era tu nombre artístico?”

Y Clovis miró su reloj, y dijo, “Eso fue hace mucho tiempo”, dijo, “Tengo casi 30.”

Y mirando algún formulario en su tablilla de hospital, Clovis dice, “Ya me imaginaba que la edad que te han puesto aquí era mentira.” Antes de que pudiera levantarse y marcharse, le pedí a Clovis que me contara lo que pasó. Lo que realmente había pasado.

El bebé nació, nueve meses después de su despertar, un parto de libro de texto. Un niño. No se parecía a nadie e inmediatamente desapareció en una limusina a vivir una vida entre verjas en Malibu Colony, con dos ejecutivos de estudio de cine millonarios y gays.

“Háblame de que te crezca de pronto un extraño sin cerebro ni corazón,” dice Clovis.

Ya me había hablado de los parásitos epigástricos.

Y yo le dije, “No.” Y le pregunté, “¿Qué me pasó a mí?”

Y durante lo que fue un largo minuto de silencio de balones fuera, Clovis no hizo más que parpadear en mi dirección. Por fin, con la voz de una profesional de la salud, dijo, “Hay una cinta de video del…evento.” Alguna soltera había colado una cámara de bolsillo en la sala y estuvo filmándome mientras repartía las rosas de tallo largo. Empecé con mi número y ella siguió filmando. Habían tenido que difuminar el trozo en el que mis nueces se salieron, pero el video había sido difundido por televisión. Al principio tan sólo en un programa japonés de videos domésticos divertidos, pero luego en Europa. En Internet, el fragmento de cuatro minutos, veintiún segundos creció como un virus, y se lo descargó todo dios en todo el mundo. Fue tema de chiste en todos los programas nocturnos.

ASCAP demandaba a las páginas web y a los buscadores por distribución no autorizada de “Staying Alive”. Al sindicato de Chippendales no le extrañó que yo llevara puños blancos de papel. Alguien que decía ser productor de Late Show llamó a la centralita del hospital pidiendo que le pusieran con mi mesita de noche.

Le dije a Clovis que me gustaría verlo por mí mismo.

Y Clovis dijo, “No.” Dijo, “No lo hagas.”

Yo pregunté, “¿Qué puede tener de malo?”

Y Clovis dijo: “Durante el episodio, perdiste momentáneamente el control de tus intestinos.”

El olor de la ambulancia.

“Un tanga,” dijo Clovis, “no deja mucho margen de error.”

Nunca vi ese video.

Utah era un buen lugar para esconderse, por eso me quedé en Salt Lake City y dejé que me creciera el vello púbico. Me teñí de castaño el pelo rubio. Me deshice de mi bronceado, y comí de todo aquello—pollo frito y pasteles de fruta Hostess y patatas fritas de barbacoa—que Mr. Elegante no podía comer nunca.

Para cuando cumples los 30, toda tu vida consiste en escapar de la persona en la que te has convertido mientras intentabas escapar de la persona en la que te habías convertido para escapar de la persona que empezaste siendo. Así que durante un tiempo, en aquel lugar, me estuve convirtiendo en Mister Intestino-Grasiento-Cerdo-Pálido-Amargo. Trabajé en un sitio de comidas rápidas y cada pocos millones de hamburguesas con queso, algunos clientes se me quedaban mirando desde el otro lado del grasiento mostrador, con sus ojos trabajando rápido intentando averiguar de dónde les sonaba mi cara.

Y yo chasqueaba mis dedos en su cara, preguntando, “¿Quieres patatas fritas con tu pedido?”

No cogí un solo billete sin lavarme las manos.

Quizás si me hubiera estado revolcando en mis propias heces, a lo mejor la gente hubiera sumados dos más dos, pero al poco tiempo todos esos chinos murieron gravados por las cámaras de seguridad en un fuego realmente tonto en unos grandes almacenes y el mundo de la comedia se olvidó de mi y de mi desastre de mierda.

Pero Clovis no lo hizo. Y yo no pude.

Clovis venía a comer, hamburguesas con queso, trayendo consigo a un joven cliente cuyos dedos estaban unidos en dos pinzas carnosas y cuyas piernas estaban marchitas e inútiles. Síndrome de Ectrodactilia, lo que la gente llama “síndrome de pinza de langosta”. Me presentó a una mujer joven con Pygomelia, lo que significa que tenía cuatro piernas, básicamente dos pelvis una junto a la otra y cuatro piernas funcionales, que ella ocultaba bajo largas faldas.

Yo aún podía decir cuanto duraban las canciones. “Stepping Out” de Joe Jackson dura cuatro minutos y 19 segundos, tiempo suficiente para fumarse un cigarrillo en el callejón. Kim Wilde cantando “You Keep Me Hanging On”, o sea cuatro minutos y quince segundos, el rato que tardaba en cambiar la botella de gas carbónico de la máquina de refrescos.

Nunca puedes olvidar aquello que quieres olvidar. Quieres escapar en todo momento.

Finalmente Clovis me invitó a su apartamento para conocer alguna gente. Yo le dije que me pasaba el día conociendo gente. Y Clovis dijo que aquello era diferente.

En su apartamento, me está presentando a una chica con dos brazos y dos piernas, casi otra persona completa brotando del dobladillo inferior de su camiseta de tubo. Mi primer heteradelphiano real, se llama Mindy. Conocí a un muchacho con una cara tan grande y abultada como una almohada. Neurofibromatosis, la enfermedad del Hombre Elefante. Tiene 23 años y se llama Alex. Conocí a una preciosa pelirroja sin piernas, con los pies creciendo directamente de su estómago, osteogénesis imperfecta. Se llama Gwen y tiene 25 años.

Clovis me dijo, “Tú sabes de música y de puesta en escena”. Dice, “Es idea suya, piensan que podrías enseñarles baile exótico…”

Se refería a hacer striptís. Una troupe de bailarines exóticos diverso-capacitados. Todos ellos eran jóvenes y estaban aburridos de Salt Lake City. Pensaban: Cualquiera puede crearse unos músculos, decolorarse el pelo y ponerse un moreno de spray. ¿Por qué no ofrecer al público algo que no estuviera basado en un montón de mentiras? ¿Por qué no servirles bailarines sin esconderlos bajo sonrisas falsas?

Un puñado de locos muchachos idealistas. Sólo en Utah.

Les dije que estaba claro que eran jóvenes y estaban llenos de sueños. Que estaba claro que eran monstruosamente deformados. Pero ¿sabían bailar…?

Y Clovis dice, “Yo les he enseñado todo lo que sé sobre trabajarse la barra, pero esperaba…”

Los ejecutivos millonarios del estudio de cine habían ofrecido siete cifras a bajo interés como financiación para empezar.

Demonios, si puedo enseñar a elefantes llenos de esteroides a bailar, puedo enseñar a cualquiera.

Como dice el periódico: Vive tu fantasía.

Ojala pudiera decir que ha sido fácil. La gente siempre malinterpretará tus intenciones. La gente me acusa de explotación. Eso y que ningún pequeño negocio es un lecho de rosas. En Boulder, Glenda, nuestra chica con los dos ojos en la misma cuenca, se fugó con un broker millonario. En Iowa City, Kevin, nuestro bailarín con enanismo parastremático, se ligó a una soltera. Que Clovis esté de gira conmigo y la troupe ayuda, es la madre de la guarida. Sólo Dios sabe lo que pasará cuando en septiembre inauguremos nuestro servicio de acompañantes.

En cuanto a mí, personalmente, no hay show que empiece sin que me ponga a sudar por los alerones. Cuento los segundos de cada canción. Vigilo por si veo a alguien de ASCAP tomando notas, y todos los músculos de mis piernas y brazos se contraen, reviviendo cada voltereta, cada rueda, cada salto mortal y cada pirueta que había hecho en el escenario. Mirando a esos chicos locos recoger el dinero doblado y bailar en las faldas para obtener propinas, me descubro a mí mismo susurrando.

Susurrando, “Bendíceme, te hago esta humilde ofrenda…”

Susurrando, “¡Te traigo esto!”


Gracias a Mabs por la corrección

7 comentarios:

Anónimo dijo...

cari, voy por la foto del streper....!! Cuanto tiempo crees que tendrás este post puesto? mas que nada para planificarme, jaajaj

Has visto a las ruvis? han hecho un post espejo de nuestros post sobre la creación... jjajaaj.

Bezos, wapetón

Anónimo dijo...

lo dire en dos palabras IM PRESIONANTE
GRACIAS es un regalazo tu traducción.............
voy a leerlo otra vez

Tamaruca dijo...

¿Es imposible llegar a ser elegante sin que te extirpen el hermano interior, el individuo estomacal?

Siempre he sospechado que saber bailar es importante pero, ¿tanto?

:O


Un besito de buenassssnochesss..

Anónimo dijo...

Volveré cuando tenga un poquito más de tiempo... te lo prometo! :)
Un abrazo enorme :)
P.D: joe con las fotos :)

Anónimo dijo...

Lo prometido es deuda! Ya estoy de vuelta :)
Para empezar, menudo listado de enfermedades extrañas (y no tan extrañas) que nos has citado :)
Empiezo a dudar si la historia es real, o simple imaginación... demasiado espectacular para la realidad, increíblemente trabajada si sólo es imaginación...
Me ha gustado, y en cierto momento, me vi mínimamente reflejado... (una vez participé en un concurso de modelos con un amigo, por hacer la gracia. Llegué a la final, y querían que fuera a la academia... fui un día, pero querían que me quedara sin cerebro ni corazón).
Gracias por la historia :) Un abrazo enorme :)

Anónimo dijo...

¡Viva la estandarización!
¡Arriba los patrones normativos!

Pushka dijo...

només puc dir: Freaks, de Tod Browning. Gràcies per regalar-nos la traducció.

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