SIETEVIDASTIENEELGATO

LUCY Y ANGELITO (III)

La familia creció en poco tiempo. Lucy quedó embarazada de nuevo a los cuatro meses de haber parido. La pasión amorosa de la pareja daba frutos. Un embarazo con más complicaciones que el primero hizo que Lucy tuviera que guardar reposo en los últimos meses. Angelito, privado de sus raciones de cariño, sufrió unos cambios en su carácter que pasaron desapercibidos a Lucy, ocupada en cuidarse y preocupada por lo que pudiera pasar a su nuevo bebé. Cuando estaba a solas, hablaba con la criatura que llevaba en el vientre tú y yo seremos buenas amigas, te dejaré jugar con todos los muñecos que tengo guardados para ti, te compraré vestiditos y tú serás mi muñeca favorita.

Los padres de Lucy la visitaban a menudo, el padre asegurándose que Angelito no estuviera en casa. No aguanto a ese mequetrefe…Tendrías que tener más paciencia, él hace lo que puede…Ya veo lo que hace. El otro día me contó Joan el del bar que se pasa las tardes enteras allí, y no precisamente jugando al dominó, que me dice Joan que bebe como no había bebido nunca…Todos los hombres van al bar a beber… Ya, pero el enclenque de tu yerno no tiene cuerpo para tanto vino como me dicen que se traga… No será para tanto…Bueno, yo ya te lo he dicho, ahora tú si quieres se lo cuentas a tu hija.

La madre veía a su hija tan débil y preocupada por el embarazo que en muchas semanas no dijo nada. Angelito tampoco decía mucho. Llegar a casa le ponía triste. Sentirse no querido por su mujer, apartado por los suegros, le llenaba de tristeza y se notaba algo violento, pero respetaba el descanso de Lucy y también pasó muchas semanas sin decir nada de cómo se sentía. Los ratos que pasaba con Ángel Luís eran los pocos en los que notaba que una corriente de cariño fluía hacia él.

Sus ratos en el bar de Joan cada tarde eran más largos, los vasos de vino cada vez más numerosos, el malestar en casa, cada vez más insoportable. En ese estado de tristeza conoció a una mujer, asidua también del bar, con la que hablaba en un rincón, compartiendo sus penas y la botella que había empezado a pedir en lugar de los vasos sueltos que Joan rellenaba con la mirada clavada en el reloj de la pared de enfrente de la barra. Angelito abría las puertas de su pena a Pilar y ella escuchaba y apenas decía nada hasta que un día el estado de Angelito era tal que ella lo acompañó a la salida y viendo que no podría llegar solo a su casa le convenció para que reposara en la suya hasta que se encontrara mejor. Pilar le ayudó a subir las escaleras hasta el piso y lo recostó en el sofá. Al cabo de un rato Angelito se despertó, desorientado, con la cabeza pesada y la boca tan pastosa que pidió un vaso de agua a Pilar. Ella le recomendó tomar una cerveza. Trajo dos y bebieron en silencio, se miraron y a continuación Pilar se sentó junto a él en el sofá y le abrazó. Él respondió al abrazo con un beso de color vino intenso y ella se dejó besar y besó a su vez. Esa noche Angelito no apareció por casa.

Pasada la media noche Lucy llamó a sus padres, que acudieron a verla y le llenaron la cabeza de ideas que ella no tenía. Esa noche su madre habló también de la relación de Angelito con el vino. Lucy no quería creer lo que le contaban, Lucy quería pensar que la animadversión de sus padres hacia su marido les hacía hablar de aquella manera. La noche fue larga, más para los padres que para ella que, tan casada como estaba, se durmió como una bendita con las manos sobre su barriga inflada, sobre su niñita querida.

(Y de momento, hasta aquí puedes leer)