No me preguntes por qué. No preguntes de qué va. No he leído este libro. Se lo pedí prestado a una amiga y nunca lo he devuelto. Y eso no es algo que yo suela hacer. Siempre devuelvo los libros y los discos que me prestan. Con excepción quizás de un ejemplar de la revista Poesía que me prestó un joven Francisco Casavella en la Facultad de Filología y que he querido devolverle en más de una ocasión y nunca ha sido posible. La última vez que le vi me dijo que ya daba igual. Después de tanto tiempo había aprendido a vivir sin él ;-P
Guardo este libro por la portada. Al igual que, tras ofrecerle un montón de volúmenes a la librera de segunda mano del callejón que lleva a la Boquería, me dió a elegir un regalo de entre los que tenía en sus cajones y elegí el de los Barrios Chinos. En ambos casos lo que más me llama la atención es la ilustración de las portadas, los temas warris que puedan contener y los recuerdos que me llevan a mi adolescencia, cuando los veía en el expositor en un estanco del pueblo junto a las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía (únicos libros que vi leer a mi padre) y las postales de paisajes y flamencas con la falda de volantes y purpurina.
Yo miraba esos libros y pensaba en las warreridas que debían contener. Pero claro, era muy joven y no me atrevía a comprarlos por purita vergüenza a) del contenido y b) del qué dirán. Por entonces quería ser un escritor intelectual de boina, cava de jazz con mucho humo, copas de absenta y claras referencias culturales, pero no así de populares. Jajajajajaja. Qué iluso y joven era.
Guardo este libro por la portada. Al igual que, tras ofrecerle un montón de volúmenes a la librera de segunda mano del callejón que lleva a la Boquería, me dió a elegir un regalo de entre los que tenía en sus cajones y elegí el de los Barrios Chinos. En ambos casos lo que más me llama la atención es la ilustración de las portadas, los temas warris que puedan contener y los recuerdos que me llevan a mi adolescencia, cuando los veía en el expositor en un estanco del pueblo junto a las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía (únicos libros que vi leer a mi padre) y las postales de paisajes y flamencas con la falda de volantes y purpurina.
Yo miraba esos libros y pensaba en las warreridas que debían contener. Pero claro, era muy joven y no me atrevía a comprarlos por purita vergüenza a) del contenido y b) del qué dirán. Por entonces quería ser un escritor intelectual de boina, cava de jazz con mucho humo, copas de absenta y claras referencias culturales, pero no así de populares. Jajajajajaja. Qué iluso y joven era.
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